indigentes

Cada día, miles de personas cruzan la avenida del Puerto o transitan por la entrada al puente Juan Bosch sin detenerse a mirar. Justo debajo del paso peatonal, antes del puente, yace un ser humano dormido entre cartones y retazos de ropa, ajeno al bullicio del tránsito y a la indiferencia que lo rodea. Es un rostro más de la pobreza extrema, del abandono, de una sociedad que solo reacciona cuando ocurre una tragedia.

La presencia de indigentes viviendo a la intemperie, debajo de puentes, peatonales o en aceras concurridas, no es un hecho aislado. Es parte del paisaje urbano dominicano, cada vez más visible, cada vez más ignorado. Muchos de ellos cargan con años de sufrimiento, trastornos mentales no atendidos, rupturas familiares o simplemente con el peso de una vida que los fue dejando sin alternativas.

Peligros para ellos… y para todos

Dormir debajo de un puente no solo representa un riesgo para su salud o su dignidad; es también una amenaza constante a su vida. Expuestos al sol, la lluvia, el tráfico y la violencia callejera, estos seres humanos sobreviven sin protección, sin tratamiento médico, sin acceso a alimentos ni servicios básicos.

Pero también hay un riesgo latente para la colectividad. Algunos indigentes, desorientados o en crisis, pueden cruzar avenidas de forma imprevista, causar accidentes o incluso ser víctimas de atropellamientos. La falta de políticas públicas efectivas para su atención termina convirtiendo una crisis humanitaria en un problema de seguridad ciudadana.

¿Quiénes son sus dolientes?

La pregunta es tan simple como dolorosa: ¿quién vela por estas personas? Muchos han sido abandonados por sus familias, otros han sido expulsados de centros de atención o simplemente se han perdido dentro de un sistema que no está diseñado para acoger a los más vulnerables.

Otro espacio invadido por indigentes/ Foto genterd

La salud mental en República Dominicana sigue siendo una deuda pendiente. Los hospitales especializados no dan abasto, las unidades comunitarias son escasas y el enfoque sigue siendo reactivo, no preventivo. Mientras tanto, los indigentes siguen ahí, cada vez más invisibles.

Impacto social: una herida abierta

La normalización de la indigencia en nuestras calles erosiona el sentido colectivo de humanidad. Permitir que hombres, mujeres y, en algunos casos, menores vivan como desechos humanos, bajo puentes o en las aceras es una forma brutal de violencia social. Envía un mensaje devastador: en este país, si caes lo suficientemente bajo, nadie vendrá por ti.

El impacto también es psicológico. Los ciudadanos, especialmente niños y niñas, crecen viendo estas imágenes sin una explicación ni una acción que dignifique la vida humana. Es una lección involuntaria sobre lo que la sociedad valora… y lo que descarta.

Una llamada urgente a la acción

No podemos seguir esperando a que ocurra una desgracia para actuar. Urge que el Estado, los ayuntamientos, el sistema de salud y las organizaciones sociales se articulen con voluntad política y recursos suficientes para rescatar, tratar, albergar y acompañar a esta población que ha sido empujada al borde de la existencia.

Porque detrás de cada cuerpo tirado en la calle hay una historia, un pasado, una familia, una vida que alguna vez fue como la nuestra. Y porque ninguna ciudad puede considerarse verdaderamente desarrollada mientras permita que sus ciudadanos mueran lentamente en las aceras sin que a nadie parezca importarle.

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