David Ruiz/ especial para GenteRD
Se han ido Rubby Pérez, Luis Solís, Agliberto Meléndez, José Rafael Lantigua, Miguel Ángel Martínez, Eladio Uribe, Iván García, Félix Cumbé, Angelita Curiel, René Fortunato, José Emilio Joa (El Chino), Diómedes Núñez, Socorro Castellanos, Dhario Primero y Franklin Domínguez… pero quedan por su arte, su memoria y sus talentos.
Hasta este 26 de agosto de 2025, la República Dominicana ha despedido a una contelación de personalidades que marcaron la música, el cine, el teatro, la literatura y la comunicación. La cifra estremece: casi dos muertes de figuras de ese nivel por mes en lo que va de año. Una especie de duelo colectivo que ha teñido de luto la vida cultural del país.
El golpe más devastador llegó la noche del 8 de abril, cuando el desplome del techo en la discoteca Jet Set se convirtió en una tragedia nacional con 236 muertos y más de 180 heridos. Entre las víctimas estuvo Rubby Pérez, “La Voz más alta” del merengue, símbolo de la alegría y el desgarro dominicano. A su lado cayó también su saxofonista Luis Solís, otro talento de una orquesta que fue parte esencial de la memoria musical.
Pero la herida venía de antes. El 11 de febrero partió Félix Cumbé, merenguero haitiano acogido por la patria dominicana con éxitos como El gatico. El 9 de marzo, Diómedes Núñez Guzmán, trompetista y líder del Grupo Mío, dejó de sonar, llevándose con él parte de la energía irrepetible del merengue de los ochenta.
El teatro se quedó sin uno de sus pilares el 22 de marzo, con la partida de Iván García Guerra, maestro, narrador y director que durante décadas encendió escenarios y conciencias. Y semanas después, el país lloró la pérdida de José Emilio “El Chino” Joa, bolerista de voz romántica que marcó generaciones.
Mayo fue cruel: primero cayó el joven Franklin The Boss en un accidente en Carolina del Norte; luego Dhario Primero, pionero de la balada dominicana, vencido por el cáncer en Orlando, Florida.
El 8 de junio, la trompeta de Cheo Zorrilla se apagó tras un derrame cerebral; dos días después, el país amaneció sin la voz entrañable de Socorro Castellanos, dama de la radio y la televisión.

El cine también se vistió de luto. El 21 de junio, se marchó Agliberto Meléndez, padre del cine moderno dominicano y director de Un pasaje de ida. Un mes después, el 18 de julio, murió René Fortunato, documentalista histórico y memoria fílmica de la nación. Entre ambos tejieron el andamio sobre el que se sostiene hoy la cinematografía dominicana.
En agosto, la palabra escrita perdió a uno de sus arquitectos: José Rafael Lantigua, exministro de Cultura, crítico literario y gestor de proyectos que acercaron la lectura a miles. Le siguieron Eladio Uribe, gestor cultural; Miguel Ángel Martínez, actor de cine, teatro y televisión con más de seis décadas de trayectoria; y el 23 de agosto, la vedette y humorista Angelita Curiel, La Mulatona, ícono irreverente de la comedia popular.
El último en morir fue el dramaturgo Franklin Domínguez, quien expiró el pasado martes 26 de agosto a los 94 años. Domínguez fue una institución viviente del teatro. Galardonado con el Premio Nacional de Teatro y el Premio Nacional de Literatura, su legado incluye más de 70 obras dramáticas, muchas de ellas representadas y traducidas en distintos continentes.
Además de su labor como dramaturgo, fue director de Bellas Artes, promotor cultural, actor y docente. Desde su natal Santiago de los Caballeros, forjó una carrera que definió buena parte del teatro dominicano del siglo XX.
Cada nombre evoca una memoria, una época, un legado. Cada ausencia suma una página a este año insólito en el que la cultura dominicana ha tenido que aprender a despedirse casi sin pausa.
En menos de diez meses, la música perdió su voz más alta, la literatura a uno de sus críticos más generosos, el teatro a un formador ejemplar, el cine a dos de sus padres fundadores, la televisión a una pionera y la comedia a una de sus mujeres más valientes.
El 2025 quedará marcado no solo por la tragedia del Jet Set, sino por la sensación de vacío que dejan tantas partidas. Sin embargo, como toda obra de arte verdadera, ellos se quedan: en cada canción que vuelve a sonar, en cada película proyectada, en cada libro abierto, en cada risa que resuena en la memoria colectiva.
Este año nos los arrebató, pero la cultura dominicana los guarda para siempre.