Por Mabel Andreiny.
Para quienes no lo saben, Atabey era la deidad femenina suprema en la mitología taína, asociada a la fertilidad, la maternidad y las aguas. Hoy, su imagen descansa bajo el mar de Sosúa, no como objeto de culto, sino como una pieza creada para dar vida a los corales y servir de atractivo para el buceo, en un contexto donde la pesca indiscriminada ha afectado seriamente la biodiversidad marina. Gracias al esfuerzo de Manuel y diversas asociaciones ambientales, las aguas de Sosúa comienzan a regenerarse.
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿realmente alguien acude a “adorar” esta estructura? ¿Qué impacto negativo ha traído a la comunidad? Hasta ahora, la realidad es que la figura de Atabey se ha convertido en un atractivo turístico, visitado por nadadores y buzos que buscan una experiencia única y, por supuesto, una fotografía memorable.

Por eso resulta insólito que la sala capitular del municipio de Sosúa se haya prestado, y además de manera unánime, para intentar retirar este atractivo turístico en un momento en que el municipio necesita justamente lo contrario: más oferta turística y complementaria que motive a los visitantes a conocer, permanecer y consumir en el destino.
No es la primera vez que ocurre algo así. En muchas partes del mundo existen imágenes, monumentos o instalaciones que, aunque no siempre están vinculadas directamente con la cultura local o las creencias de la población, terminan transformándose en atractivos turísticos. Un ejemplo claro es el “Sendero de los Misterios” en el Valle del Cauca, Colombia, donde las leyendas y mitos se convierten en parte de la oferta turística nocturna.
En definitiva, más allá de las interpretaciones religiosas o culturales, la figura de Atabey en Sosúa debe entenderse como lo que es: una iniciativa creativa que combina arte, conciencia ambiental y turismo, aportando valor a un destino que necesita más razones para atraer a los visitantes y no menos.