Por José Lahoz

En nuestra República Dominicana, es fácil caer en la trampa de pensar solo en el día a día. Nos seduce una narrativa persistente que busca convencernos de que somos un pueblo definido por la pobreza y la delincuencia, una visión pesimista donde las posibilidades se agotan cada tarde.

Pero esa no es nuestra única verdad. Existe un norte, un rumbo de grandeza que la clase política rara vez menciona.

Nos hablan de avances mientras la deuda externa crece. Nos venden un "crecimiento" que, en realidad, es un espejismo financiado por un endeudamiento asfixiante que hipoteca el futuro de todos. Frente al cinismo de quienes afirman que no hay solución para nuestro país, la respuesta debe ser clara y contundente: por supuesto que podemos y debemos forjar un futuro mejor.

La clave no reside en el presente inmediato, sino en la decisión de preparar a nuestras futuras generaciones. El primer paso es la valentía para detener un endeudamiento que no se traduce en bienestar tangible. El segundo, y más crucial, es la audacia para reformar un sistema educativo que parece diseñado para enseñar a nuestro pueblo a pensar con mentalidad de escasez.

Tenemos talentos extraordinarios en matemáticas, ciencias y artes; jóvenes brillantes que son ahogados en un mar de cultura general que aplasta su vocación. No permitimos que ese talento florezca en lo que algunos llaman un don y que yo considero una verdadera bendición para la nación.

Lo que se necesita no es una promesa, sino un plan. Un verdadero Plan de Nación, despojado de colores partidistas y sujeto únicamente al bienestar colectivo. Los dominicanos somos capaces de todo. Dios nos ha bendecido con una tierra pródiga y una gente talentosa, trabajadora y resiliente.

Nunca es tarde para corregir el rumbo, pero el tiempo apremia. Los dominicanos merecemos un futuro donde nuestro potencial no sea una anécdota, sino la norma. Merecemos un mejor país, y es nuestra responsabilidad trazarle, por fin, ese norte.

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