La Flor en el Estiércol Radiografía del Talento Dominicano

Por: José Lahoz

La República Dominicana es una tierra de una fertilidad creativa innegable. Como un manantial inagotable, el talento brota en cada esquina, en cada barrio, manifestándose con una fuerza abrumadora en la música, las artes visuales, el humor y la comunicación. Sin embargo, este florecimiento ocurre a pesar del sistema, no gracias a él. La mayoría de nuestros artistas son el producto de una "creación silvestre", obligados a crecer a la intemperie, sin el abono de una formación estructurada, sin la guía de una política cultural coherente.

Este fenómeno, aunque demuestra la resistencia y el ingenio del dominicano, también revela una profunda deuda del Estado. Al no existir una infraestructura educativa que canalice y pula este diamante en bruto, el resultado es una expresión cultural que, si bien es exitosa y masiva, a menudo se convierte en un espejo crudo de las frustraciones sociales: un reflejo de ira, tristeza y las carencias de un pueblo que florece, como una orquídea tenaz, sobre el estiércol del olvido.

El ejemplo más claro de esta dinámica se encuentra en la música urbana y en los creadores de contenido digital. Artistas del dembow y figuras de las redes sociales alcanzan niveles de éxito y popularidad estratosféricos, conectando con millones de personas a nivel nacional e internacional. Son la prueba viviente del talento desbordante que posee la juventud dominicana.

Sin embargo, ¿qué comunica este éxito? A menudo, sus letras y contenidos son un vehículo para el desahogo. Narran la realidad de los barrios, la lucha por la supervivencia, la frustración ante la falta de oportunidades y un enojo latente contra un sistema que los margina. Sus creaciones son un grito, una crónica sin filtros de la vida que los margina. No es una coincidencia que la crudeza de su lenguaje y la agresividad de sus temas sean lo que más resuena en una juventud que se siente igualmente ignorada y desatendida. Este éxito, aunque legítimo, evidencia el fracaso del sistema educativo en proveer herramientas para refinar esa expresión y ampliar sus horizontes temáticos y formales.

El talento dominicano no puede seguir creciendo de manera salvaje. Es hora de que el Estado asuma su responsabilidad y pase de ser un espectador pasivo a un cultivador activo. Se necesita una inversión seria y sostenida en la creación de una infraestructura educativa que transforme el talento innato en una industria creativa poderosa y sostenible.

Esto implica la creación de escuelas de bellas artes en todas las regiones, la reforma del currículo escolar para dar al arte la importancia que merece y el fomento de espacios y mercados para que los artistas puedan vivir de su trabajo en su propio país. Solo así podremos asegurar que la flor de nuestra cultura no solo brote del estiércol, sino que crezca en un jardín cuidado, mostrando al mundo no solo la crudeza de nuestra lucha, sino también la infinita belleza de nuestro potencial.

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