Falsos emprendedores: la peligrosa distorsión del patrimonio y la fortuna exprés

Por Rosa Escoto

En una época donde el emprendimiento es celebrado como símbolo de progreso, esfuerzo y superación, resulta preocupante el auge de figuras que se autodenominan “emprendedores” sin haber recorrido el camino ético que esta palabra conlleva. Personas que, amparadas en la fachada de negocios aparentemente lícitos, lavan dinero proveniente de actividades ilegales y luego se presentan ante la sociedad como ejemplos de éxito.

Esta práctica no solo constituye un delito financiero, sino una distorsión grave del mensaje que se envía a las nuevas generaciones.

Es importante recordar que emprender implica crear valor, resolver problemas, asumir riesgos económicos y aportar al desarrollo de la sociedad desde la legalidad. El emprendimiento auténtico nace del trabajo constante, la innovación y el compromiso social. Nada de esto se encuentra en aquellos que utilizan negocios como cortina para justificar riquezas construidas al margen de la ley.

Llama aún más la atención el cúmulo desproporcionado de dinero en muy poco tiempo, exhibido por algunos de estos falsos emprendedores. En muchos casos, los negocios que supuestamente los sustentan no tienen el tiempo de operación ni el aval financiero necesario para generar las enormes ganancias que dicen poseer. ¿Cómo explicar entonces autos de lujo, inversiones millonarias o estilos de vida ostentosos que, a todas luces, no corresponden con la escala ni el rendimiento real de sus emprendimientos?

Muchos de ellos aseguran tener “patrimonio” para validar su poder económico. Pero conviene hacer una aclaración fundamental: el patrimonio no es simplemente lo que se posee, sino el conjunto de bienes adquiridos lícitamente, con respaldo documental y coherencia entre ingresos y estilo de vida. Lo demás es teatro, y del malo.

El impacto de estos falsos modelos va más allá de lo económico: erosionan los valores sociales. ¿Qué le decimos a la juventud cuando los rostros visibles del “éxito” son personas que nunca han trabajado con transparencia ni respeto a la ley? ¿Qué incentivo queda para quienes sí estudian, se esfuerzan y emprenden desde cero con honestidad?

Estos casos envían el mensaje equivocado: que la astucia para burlar el sistema vale más que la disciplina, que el lujo importa más que el origen del dinero, y que la apariencia puede más que la verdad.

Pero como sociedad debemos ser claros: no se puede admirar ni celebrar un éxito que no se puede explicar. La legalidad, la ética y la coherencia deben ser los pilares de cualquier proyecto que aspire a perdurar y servir de ejemplo.

Los jóvenes necesitan referentes reales. Personas que hayan comenzado con poco y hayan crecido con esfuerzo. Mujeres que se abren camino y crean sus marcas, desarrollan productos, o emprenden desde una idea hasta convertirla en empresa. Hombres y mujeres que han apostado por el trabajo digno y sostenido como vía para superarse. Líderes sociales que convirtieron una necesidad en una oportunidad colectiva.

El verdadero patrimonio no se mide en vehículos, joyas o propiedades. Se mide en credibilidad, esfuerzo acumulado y aporte a la sociedad.

No confundamos riqueza con éxito, ni dinero con mérito. Porque si algo necesita nuestro país, es que el ejemplo valga más que la ostentación. Y que emprender siga siendo sinónimo de honradez, no de engaño.

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