El caso de Tokischa nos obliga a reflexionar sobre dos conceptos clave que a menudo se entrelazan, pero no son idénticos: clasismo y prejuicio. ¿Está siendo rechazada por quién es o por lo que representa? ¿Se le impide el acceso a ciertos espacios por su comportamiento, su clase social o simplemente por la imagen pública que proyecta?
Clasismo: discriminación estructural
El clasismo es una forma de discriminación basada en la posición socioeconómica. Se manifiesta cuando se niegan oportunidades a alguien no por sus acciones, sino por pertenecer o haber pertenecido a una clase social “inferior”. En este sentido, Tokischa ha sido clara: cumple con los requisitos legales y económicos para vivir en zonas residenciales de clase media alta, pero es rechazada de forma reiterada. No se le evalúa como ciudadana, sino como símbolo.
Su origen humilde, su estética provocadora, su expresión artística explícita y su manera de vivir desafían las normas implícitas de los sectores privilegiados. Aquí se activa un mecanismo de exclusión social: mantener a raya lo que se percibe como “inadecuado” para proteger la homogeneidad del grupo.
Prejuicio: ideas preconcebidas sin fundamento
El prejuicio, por su parte, es una actitud negativa hacia una persona basada en ideas preconcebidas, sin evidencia. Muchos de los comentarios en redes sociales que justifican el rechazo a Tokischa (“es ruidosa”, “es indisciplinada”, “fuma y bebe”) no se basan en comportamientos reales dentro de una comunidad, sino en su imagen mediática. Aunque ella ha declarado que no organiza fiestas ni rompe normas de convivencia, se le castiga por lo que se cree que podría hacer.
Este tipo de prejuicio se mezcla con estereotipos de clase, de género y de moralidad: una mujer abiertamente sexual, independiente y de origen popular es, para muchos, sinónimo de desorden y amenaza.
¿Dónde está la línea?
El problema surge cuando los prejuicios alimentan decisiones clasistas. Es decir, cuando la percepción negativa basada en estereotipos se convierte en acción concreta de exclusión. En el caso de Tokischa, no hay pruebas de que haya incumplido normas de convivencia. Por lo tanto, impedirle el acceso a una vivienda es una decisión sustentada en prejuicios personales y colectivos que se convierten en una forma de clasismo estructural.
Conclusión
Es ambos: clasismo y prejuicio. Se la discrimina por su clase de origen y por los prejuicios que rodean su imagen pública. Cuando una persona cumple con todos los requisitos formales pero sigue siendo excluida por lo que representa socialmente, no estamos frente a una simple preferencia vecinal, sino ante un sistema de exclusión que refuerza las desigualdades sociales.
Lo que está pasando con Tokischa no es un simple caso de protección comunitaria. Es un reflejo de cómo los sectores privilegiados mantienen sus espacios, no solo mediante leyes, sino a través de barreras invisibles hechas de prejuicio, moralismo y clasismo.